Cultura para el desarrollo sostenibleCultura para el desarrollo sostenible

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Por las fechas en que se publica, este post os pilla a muchos de vacaciones, recién retornados o a punto de marcharos, con la cabeza puesta en el libro que vais a leer, los monumentos que vais a visitar o el concierto cuyas entradas comprasteis hace semanas, quizá meses. Son obras resultado del progreso de una sociedad que ha formado personas capaces de crearlas y de disfrutarlas.

El grado de bienestar de los ciudadanos de cada país, más allá de los indicadores puramente económicos, se mide también por otro tipo de variables, como las de carácter social, ambiental o de buen gobierno que, desde 1990, se integran en el Índice de Desarrollo Humano que publica la ONU.

El Índice de Desarrollo Humano se configuró a partir de los trabajos de Amartya Sen, filósofo y premio Nobel de Economía, quien apunta que el desarrollo es lo que permite a los seres humanos ejercer sus libertades fundamentales con plenitud. Por tanto, una sociedad desarrollada habrá de dar a sus miembros herramientas para que ejerzan esas libertades – evidentemente con responsabilidad y sin menoscabar las libertades de otros – y eso implica crear un entorno de bienestar suficiente para todos, material y espiritual. Si bien es cierto que la necesidad impulsa la imaginación, solo lo es hasta cierto punto: en los lugares y periodos donde paz y bienestar confluyen es seguro que se dan las condiciones para que florezcan la innovación y la creatividad. Nuestra propia época es una muestra de ello.

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible constituyen hoy una hoja de ruta fundamental para el progreso de las sociedades. Defienden un modelo donde las generaciones actuales pueden satisfacer sus necesidades sin comprometer el derecho de las generaciones futuras a satisfacer las suyas, lo que requiere conservar el medio ambiente y promover sociedades inclusivas y justas, con reglas comunes que amparen de manera estable el ejercicio responsable de los derechos fundamentales. Las cuestiones culturales apenas aparecen en ellos de forma explícita, salvo en el ODS 11, cuya meta 11.4 persigue “Redoblar los esfuerzos para proteger y salvaguardar el patrimonio cultural y natural del mundo”.

Ya sea por considerarlo una cuestión transversal implícita en otros objetivos, o bien por evitar controversias, el resultado es que resulta complicado evaluar la aportación de las actividades culturales a los ODS, lo que complica la captación de recursos siempre escasos en un entorno donde la Agenda 2030 ya es un lenguaje común. Su carácter intangible, así como la propia diversidad de las culturas y las contradicciones que pueden aflorar entre unas y otras, o entre unas manifestaciones y otras, dificulta encontrar un enfoque objetivo y acaba postergando el debate.

Quizá lo más eficaz sea empezar por analizar y comunicar el impacto sobre aquellos elementos que más consenso suscitan, condensados en los 17 ODS y sus 169 metas, teniendo en cuenta que este impacto que puede ser directo o indirecto, mayor o menor, duradero o puntual, extenso o corto en alcance.

En la última década, la evolución de las herramientas de evaluación del impacto social ha permitido a muchas organizaciones poner de manifiesto la incidencia real de su trabajo en el desarrollo sostenible, más allá de los resultados cuantitativos. Es decir, explicar y proyectar a futuro las consecuencias que determinadas actuaciones pueden tener tanto para el progreso individual de las personas como para el de las sociedades donde llevan a cabo su trabajo. Si queréis profundizar en ello con un ejemplo, os recomiendo aprovechar estas largas tardes de verano para ver la película documental “National Gallery” (Frederick Wiseman, 2013), que sale del museo para mostrar al espectador el impacto de sus actividades y su contribución al progreso de todos sus vecinos y visitantes. Dura casi tres horas, pero merece la pena.

El creciente interés por poner de manifiesto la contribución del sector cultural a los ODS, así como por incorporar esta contribución a las diferentes herramientas de evaluación, se recoge en el estudio “Objetivos de desarrollo sostenible y sus metas desde la perspectiva cultural” (REDS, 2021), publicado recientemente por la Red Española de Desarrollo Sostenible (1) . Los autores proponen, en este sentido, incorporar a la gestión de las organizaciones del sector elementos ambientales y de buen gobierno, no siempre presentes en ellas, o no siempre de manera explícita; formar a sus profesionales en relación con la Agenda 2030; identificar los retos de la organización vinculados al desarrollo sostenible e integrarlos en la operativa. Con ello, será más fácil tejer alianzas con otras organizaciones que compartan objetivos y transitar juntos hacia el éxito.

Si compartimos la visión de que cultura y desarrollo sostenible van de la mano, es preciso trabajar en la cultura desde criterios de sostenibilidad, de manera que seamos capaces de presentar esa quíntuple cuenta de resultados (económica, social, laboral, ambiental y de buen gobierno) que los grupos de interés demandan.

Escrito por Teresa Arozarena, Gerente del área Stakeholders Management en LLYC.

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(1) La Red de Soluciones para un Desarrollo Sostenible (Sustainable Development Solutions Network), SDSN por sus siglas en inglés, es una iniciativa global lanzada por el ex secretario general de Naciones Unidas Ban Ki-Moon en 2012. La Red Española de Desarrollo Sostenible (REDS) es la antena de SDSN en España desde 2015.