Juntas pero no revueltasJuntas pero no revueltas

Juntas pero no revueltasJuntas pero no revueltas

En la iconografía de la comunicación financiera y corporativa, las Juntas Generales de Accionistas son un clásico en constante proceso evolutivo. Para hacernos una idea fiel del desarrollo de un país, bastaría con repasar una secuencia de fotografías de las Juntas anuales de cualquier empresa del Ibex durante los últimos cincuenta años. En cualquiera de ellas ha habido sustanciales cambios en la imaginería, en los símbolos, a veces en la indumentaria, en el tono de los discursos o en los adelantos tecnológicos que se han ido presentando como novedades disruptivas en todo ese tiempo. En contra han tenido siempre la imposibilidad teórica y práctica de modificar el escenario. El cubo de Rubik es un juego de niños comparado con las Juntas. En pasatiempos y rompecabezas, lo verdaderamente difícil de resolver es cómo sentar a los integrantes de cualquier Consejo de Administración de forma que no recuerden de inmediato las reuniones de los politburós y las votaciones a la búlgara.

Para quienes tenemos alguna década de más en las espaldas, las Juntas Ordinarias de Accionistas tienen la misma pátina vintage que Eurovisión (aunque cuando entonces a lo viejuno se lo llamaba simplemente camp, como los programas de Herta Frankel). Bien mirado, juntas y festival comparten la pasión por los grandes escenarios. El papel del público y de los pequeños accionistas es determinante en ambos casos. Muchos de ellos aspiran y hasta consiguen su minuto de gloria. Además, surgen siempre situaciones inesperadas, el televoto juega un papel decisivo y los dos arrastran la sospecha o hasta la convicción de que los resultados se conocen de antemano.

Todos tenemos un pasado. Al poco de hacerme consultor, en el mío se cruzan las Juntas de Metrovacesa en los noventa. La inmobiliaria tenía en propiedad buena parte de la acera izquierda de la Gran Vía vista desde Callao hacia la Plaza de España. Por ejemplo, eran suyos Los Sótanos, una superficie entonces de moda, con la mejor tienda de discos de Madrid, y que desaparecieron probablemente sumidos en las películas de Garci de esos años. El caso es que la Junta tenía lugar en uno de los grandes cines de esa avenida. Suponía un alarde de gestión, porque el escenario se preparaba en una sola noche, con un ejército de carpinteros, tramoyistas y técnicos de sonido. A la mañana siguiente, la logística se completaba con la entrega de memorias, el catering, la revisión de los discursos y la atención a los no menos de treinta periodistas que se dejaban caer por la sesión.

Fue la época de Mar Barrero en Inversión, de Cristina Garrido o Miguel Ángel Patiño en Expansión, de Ricardo Gómez en Cinco Días, de Luis Javier Rosell en Actualidad Económica o de Andrés Romero y Concha Rubio en La Gaceta de los Negocios. Hubo muchas otras juntas. En las de Agromán un pertinaz accionista con camisa de flores cogió la costumbre de criticar año tras año al responsable de Comunicación, que era mi jefe de aquel entonces, con los posteriores chascarrillos y bromas inevitables de Jorge Chamizo y Ángel Laso, que en la época llevaban información de constructoras. Mi empresa se dedicaba también a la supervisión de memorias, una especialidad profundamente sinuosa en la que tocaba lidiar con diseñadores, compañías de artes gráficas e imprentas de todo tipo y condición.

Las cosas han cambiado mucho desde ahí, aunque sea el mismo fondo escenográfico el que sigue condicionando todo el contenido. Es cierto que las memorias cada vez se imprimen menos, que las nuevas tecnologías y los formatos digitales e híbridos se han abierto paso, y que la presencia aún minoritaria de consejeras sigue siendo un termómetro muy bien calibrado del insuficiente avance de la igualdad en el ámbito empresarial. Desde esta semana, LLYC se ha sumado a esa vorágine juntera. Para nuestro departamento, el de Comunicación Financiera, supone todo un motivo de orgullo, entre otras cosas porque nos permite predicar con el ejemplo. Por eso me atrevería a sugerir que incluso vayamos un paso más allá. En mi sin duda provecta relación profesional con las Juntas de Accionistas, no recuerdo haber visto nunca que sea una notaria, y no un notario, quien dé fe de lo que allí sucede. Ojalá también en eso la excepción se convierta en costumbre. Cuanto antes mejor.

Artículo elaborado por Juan Carlos Burgos, gerente de Comunicación Financiera en LLYC.