Rusofobia o decisiones responsablesRusofobia o decisiones responsables

Rusofobia o decisiones responsablesRusofobia o decisiones responsables

La guerra de Ucrania está teniendo numerosos impactos en el mundo económico y empresarial, pero una de las derivadas en las que quiero fijarme es que está haciendo aflorar contradicciones e inconsistencias en el desempeño en ESG de las empresas.

Los fondos ESG poseen acciones de los gigantes energéticos rusos e incluso tienen bonos del gobierno ruso, financiado directamente la autocracia de Putin. Morningstar Inc. considera que el 14% de los fondos sostenibles del mundo tenían activos en Rusia al inicio de la guerra.

El propio término ESG nace desde el ámbito inversor asociado a la guerra. De hecho, su origen se remonta a la Guerra de Vietnam y las movilizaciones contra las inversiones en empresas militares. No obstante, el término no apareció hasta 2005 en el informe Who Cares Wins, cuando la Organización de las Naciones Unidas lideró esta iniciativa de inversión socialmente responsable y sostenible.

El hecho de financiar un régimen como el de Putin parece claramente incompatible con defender la excelencia en compromisos sociales, los derechos humanos, la igualdad y la democracia. Aunque tampoco debería excluirse toda inversión en firmas rusas solo por su origen, ya que, por ejemplo, en el caso de las compañías tecnológicas están desafiando al régimen de Putin y exigiendo mayor transparencia. Pero desde luego, esperamos coherencia y rigor por parte de la banca de inversión que está aplicando múltiplos del 25% para las inversiones sostenibles frente a los peers tradicionales.

Sin embargo, al margen del mundo inversor y fondos se están produciendo movimientos empresariales muy llamativos.

Hay un éxodo masivo de Rusia por parte de compañías de todos los sectores. Se han marchado todas las grandes tecnológicas menos Amazon con Apple, Microsoft, Google, Meta y TSMC como referencias. También las tarjetas bancarias con Visa, Mastercard y American Express que anunciaron, el fin de semana, la suspensión de sus operaciones en Rusia. A esta creciente lista se suman otras como Ikea, BP, Toyota, Exxon Mobil, Coca-Cola o Nestlé y multinacionales españolas del textil (Mango, Tendam o Inditex), turísticas (Iberia y Amadeus) o de alimentación (Deoleo) empiezan a cortar relaciones con Rusia.

Pero cabe preguntarse si este tipo de decisiones están realmente basadas en un comportamiento responsable y sostenible o son demagógicas, producto de un efecto “me too” no reflexionado ni entroncado con una estrategia de sostenibilidad clara.

Por su parte, el consejero delegado de Danone, Antoine de Saint-Affrique, lo tiene claro y ha defendido continuar operando en Rusia y ha descartado vender cualquiera de los tres principales negocios globales del grupo de alimentación galo, que ha presentado este martes su nueva estrategia. «Tenemos una responsabilidad con las personas a las que alimentamos, los agricultores que nos proporcionan leche y las decenas de miles de personas que dependen de nosotros», ha señalado Saint-Affrique en declaraciones a ‘Financial Times’.

Me pregunto si se debe castigar a una empresa por las acciones del país donde tiene su sede o penalizar a los ciudadanos de un país por las decisiones de su gobierno. Hay que plantearse si la huida de compañías puede dejar a muchas personas en situación de desempleo, vulnerabilidad, limitando sus posibilidades de acceso a bienes y aumentando la desigualdad de Rusia.

Las empresas que se van han decidido asumir pérdidas en algunos casos significativas y seguir haciéndose cargo de sus empleados, pero entienden el riesgo que supone para su reputación permanecer en el país. Sin duda, los riesgos ESG deberían ser hoy en día una de las principales preocupaciones de las compañías de todo el mundo, pero no solo debemos enfocarlo desde los riesgos, sino plantearlo como una auténtica oportunidad para las empresas de ser más competitivas y afrontar mejor los retos de un entorno más incierto que nunca, hacerse más atractivas para inversores y mercados y consolidar el apoyo y confianza de sus stakeholders.

Y esto se logra con una mirada a largo plazo y un compromiso con las comunidades donde se opera, apoyando a la población y por ello parece oportuno excluir de la economía a un régimen abusivo, sin caer en una Rusofobia.

La mayor responsabilidad de las empresas es la de tener un horizonte claro, con un plan de sostenibilidad ligado a la estrategia empresarial, con claros indicadores de gobernanza y gestión, con un plan muy tangible y con una comunicación, diálogo y transparencia que les permita de verdad que los grupos de interés mantengan la confianza a futuro.

Artículo elaborado por Almudena Alonso, Directora Senior de Stakeholders Management en LLYC.