Las SPACs y el día despuésLas SPACs y el día después

Las SPACs y el día despuésLas SPACs y el día después

Los vehículos de inversión específicos para la compra de empresas, o SPAC por su acróstico inglés, captaron en 2020 una inversión global de 79.300 millones de dólares. Este año ya habían superado esa cifra tan solo en los primeros tres meses, según datos de Refinitiv. Su principal mercado sigue siendo el estadounidense, seguido del británico. Holanda, Alemania y Francia son los países más avanzados en el seno de la Unión Europea.

En España, esta figura de inversión no ha acabado de dar el salto quizá porque la regulación existente no ayuda ni a su promoción ni a su desarrollo. Si bien es cierto que ha habido algunos guiños desde el Gobierno para agilizar y dinamizar la figura, aún no han tenido una adecuada traslación hacia el mercado.

A pesar de ser un vehículo de inversión muy comentado y mediatizado, nunca está de más recordar los fundamentales de una figura de la que a menudo se sigue hablando por referencias de terceros. Las Special Purpose Aquisition Companies (empresas de adquisición de propósito especial), nacieron en Estados Unidos hace décadas, pero es ahora cuando han consolidado su salto internacional.

Suelen surgir desde una voluntad compartida para captar recursos para una posterior salida a bolsa y a menudo se las califica como “compañías cheque en blanco”. Son, en esencia, una empresa sin subyacente y cuyo único fin es absorber otra compañía con un especial potencial de desarrollo. La derivada de esa fusión es una nueva organización cuyo fin o subyacente será el de la empresa adquirida, transmutada de forma automática en una compañía cotizada de la mano de la SPAC adquirente.

En realidad, el funcionamiento de ese juego de espejos es bastante sencillo. La clave radica en que las SPACS sean lideradas por ejecutivos de prestigio en su sector (tecnológico, biotecnológico, transportes…), que levanten fondos para invertir en empresas prometedoras, fiando a su propio expertise y “ojo para los negocios” la garantía del éxito. A esta primera fase de captación de recursos corresponden perfiles de amplio espectro, desde grandes gestoras como Fidelity o BlackRock, a inversores particulares, sin olvidar a estrellas de la NBA o actores de Hollywood, por citar algunos casos específicamente estadounidenses.

Una vez recaudado el dinero, el ejecutivo que lidere la SPAC tendrá dos años para encontrar una oportunidad interesante de inversión. Si da con ella, deberá contar con la aprobación de los inversores originales para cerrar el deal. Si alguno de los partícipes no quisiera seguir adelante, tiene la opción de abandonar sin penalización (tal y como ha ocurrido recientemente con la española Wallbox en su estreno en la Bolsa de Nueva York; a pesar del éxito del proceso, algunos de los partícipes optaron por no seguir adelante y recuperar su inversión).

Algunos detalles importantes

Desde el punto de vista del inversor, participar en una SPAC supone en algunos casos tener el dinero inmovilizado durante dos años, con la posibilidad de no encontrar una opción de inversión suficientemente interesante, con su lógica repercusión en términos de iliquidez y coste de oportunidad. Desde la perspectiva del líder de la SPAC, es interesante señalar que estos ejecutivos normalmente no cobran por su participación en el proceso. Eso sí, si la operación termina llegando a buen puerto, pueden tener contrapartidas que en algunos casos alcanzan hasta el 20% del capital de la sociedad final resultante.

En suma, como factores positivos podríamos convenir en que suponen una forma de inversión directa en empresas cotizadas futuribles, siempre de la mano de gestores de éxito en el mundo de las inversiones. En paralelo, para las compañías adquiridas es una vía mucho más rápida y rentable de salir a Bolsa. Para el sector en general, se trata de un dinamizador de los mercados, por cuanto facilita la asignación de capitales y el crecimiento de empresas que necesitan expandirse y obtener nuevas vías de recursos y financiación.

El posicionamiento como clave

Sea como sea, cuando una compañía va a salir a bolsa necesita una fase previa para “presentarse” a los mercados a través de los medios de comunicación. También a potenciales inversores o analistas a través de los early looks. En definitiva, es preciso exponer en detalle su modelo de negocio y su visión a través del equity story, con una altísima involucración directa del top management de la compañía con sus posibles futuros propietarios. El objetivo consiste en despertar el interés de los inversores y conseguir una adecuada valoración de la compañía para el momento de empezar a cotizar.

Además de presentarse en sociedad, las candidatas a cotizada deben someterse a un proceso de análisis y estudio altamente exigente por parte de la CNMV, que actuará como garantía de que el proceso de exposición del modelo de negocio a los potenciales inversores y accionistas es transparente y realista. Supervisará asimismo que los mercados cuentan con toda la información, veraz y homogénea, para tomar una decisión de inversión fundada. En nuestro país, de hecho, la CNMV parece inclinarse por que la futura regulación que ordene la llegada de las SPACS mantenga estos estándares de exigencia en el análisis. Aunque resulten tediosos a veces, son una recomendable garantía para accionistas e inversores.

Estamos por tanto ante una situación donde la compañía que pasa a ser cotizada vía SPAC no ha tenido que planificar, desarrollar e implementar una estrategia de posicionamiento y comunicación ante mercados y stakeholders clave. ¿Cómo actuar entonces el día después de su paso a compañía cotizada? El reto no es menor, pues el paso de compañía privada a pública es siempre exigente. Sin el paso previo de preparación y transparencia debida del proceso de salida a bolsa, coger el ritmo no será fácil.

Desde nuestra experiencia en LLYC como asesores en operaciones corporativas como fusiones y adquisiciones o salidas a bolsa, hemos desarrollado proyectos para compañías de perfiles, sectores y tamaños variados, siempre con el objetivo prioritario de trabajar por transmitir el fair value de la compañía y su posicionamiento reputacional idóneo y congruente para todos sus grupos de interés.

Escrito por Ignacio Colmenero, consultor senior de Comunicación Financiera y Relación con Inversores de LLYC.