¿Y TÚ CON QUIÉN ESTÁS?¿Y TÚ CON QUIÉN ESTÁS?

¿Y TÚ CON QUIÉN ESTÁS?¿Y TÚ CON QUIÉN ESTÁS?

Los últimos acontecimientos vividos tras el homicidio del norteamericano George Floyd ponen de manifiesto que la globalización del neo activismo y del revisionismo es una realidad ineludible. Consecuencias como la decisión de HBO de presentar “Lo que el viento se llevó” acompañada de una explicación de contexto y de cierta entonación de un mea culpa, o las declaraciones de gobernadores demócratas en EE.UU prometiendo desinvertir en el equipamiento policial, o las de políticos de ambos lados del Atlántico mostrando comprensión con quienes abjuran de personalidades históricas como Churchill o Cristóbal Colón, son la prueba evidente de la dificultad de mantenerse inmune ante la extensión de la presiones de grupos altamente ideologizados cuando no fanatizados.

Los estallidos sociales son una tendencia que impactará
de forma creciente en el comportamiento social.                                       

Sería un grave error interpretar este estallido social y otros que pudieran venir en el futuro como hechos circunstanciales y no como prueba de una tendencia que impactará de forma creciente en el comportamiento de la sociedad.

En efecto, esta amenaza pende sobre todas las cabezas. Da igual que las vindicaciones tengan su origen en otros países, o que aparentemente señalen problemas que nos parezcan lejanos: acabarán llamando a nuestra puerta. En España, por ejemplo, se han registrado manifestaciones contra la supuesta violencia policial contra la población de color o los inmigrantes, o ataques contra estatuas de Colón y de fray Junípero Serra por “ofender a los pueblos indígenas”. En las últimas semanas, compañías como la fabricante de “Conguitos” han sentido en sus espaldas el calor de debates incendiarios que le exigen no sólo cambios en las marcas, sino incluso indemnizaciones por el lucro obtenido.

Al tiempo, surgen polémicas que auguran próximas guerras de opinión con su consiguiente exigencia de toma de parte. Ya tenemos encima las polémicas sobre la tauromaquia, o sobre la calidad de determinados alimentos, o sobre cuestiones relacionadas con la identidad sexual que provocarán tarde o temprano un movimiento reivindicativo que afectarán a la sociedad en su conjunto.

Igualmente el llamado revisionismo, hoy centrado en figuras más o menos emblemáticas de nuestra historia, no tardará en extender sus sospechas sobre empresas, organizaciones y personas. La genealogía, los orígenes, las actas fundacionales, pasarán a ser meticulosamente analizadas por los talibanes de la corrección, cuyo siguiente paso será exigir justificaciones, disculpas o incluso reparaciones por los supuestos daños causados en el pasado, ignorando contextos históricos o actuaciones presentes que pudieran invalidar su juicio sumarísimo. No habrá indulgencia.

A medida que suba la ola, ciudadanos, gobiernos e instituciones se enfrentarán obligadamente al momento crítico de la toma de posición. La pregunta “¿y tú con quién estás?” retumbará una y otra vez en sus oídos y ni siquiera callará al ser respondida.  Incendiadas las redes sociales por partidarios y detractores, generados centenares de bulos o noticias falsas, animado el debate desde los medios de comunicación, las posibilidades de escapar son nulas, ni siquiera en la oscuridad de un recóndito despacho. ¿Qué pasará cuando una organización se vea obligada a exponer su posición? ¿Es admisible el silencio?

Sea porque nos veamos impelidos a expresar una pos­­­­­ición respecto a un hecho o idea, sea porque nos enfrenten a fantasmas que creíamos olvidados, lo cierto es que nos dejaremos jirones de reputación en el intento. Optar es renunciar. En un mundo en el que la polarización es extrema, mostrar solidaridad o comprensión por una causa significa trazar una línea separadora entre aliados y adversarios, provocando que personas o comunidades que hasta el instante de la decisión nos eran amistosos, se conviertan en enemigos. Escoger la neutralidad no es salvarse, sino situarse en tierra de nadie entre dos trincheras enfrentadas.

Si bien es harto difícil mantenerse totalmente a salvo de tales amenazas, existe sin embargo una oportunidad para minimizar los riesgos sobre la reputación basada en la exposición pública del compromiso de la organización con aquellos valores sociales que sean coherentes con su propósito corporativo, su acerbo cultural o su tradición. Hacerlo es fijar con claridad los contornos de la posición de la organización respecto a cualquier hecho, idea o tendencia, de manera que ante un determinado suceso pueda reaccionarse con diligencia y claridad. Quienes conocieran de antemano el compromiso podrán juzgar si se ha actuado en consecuencia, pero no revolverse contra lo manifestado; a quienes lo ignoren será factible explicarles los motivos con argumentos solventes que aceptarán o no, pero que en ningún caso podrán despreciar por su endeblez.

Aún existe la voluntad de defender el derecho
universal a expresarse con libertad.

Mientras que las empresas pueden defenderse del virus de la intransigencia definiendo y practicando los valores asociados a su propósito, más complicada es la situación de las personas que, por su notoriedad pública, atraen la atención de medios y opinión pública sobre sus palabras, silencios e incluso gestos. Innumerables son los ejemplos de personajes públicos criticados y hasta amenazados por manifestarse en uno u otro sentido, pero llama la atención por sus efectos lo que está sucediendo con la escritora británica J.K. Rowling, autora de la saga Harry Potter. Su afirmación de que “sólo las mujeres menstrúan” ha provocado la reacción furibunda de quienes le acusan de transfóbica por defender que el sexo biológico es real y no una decisión personal.

El recurso a las instancias judiciales para defenderse de injurias o amenazas más o menos veladas se ha mostrado poco eficaz. Ni los plazos ni los efectos de estos litigios ayudan a frenar el deterioro moral o lo perjuicios que tales campañas difamatorias suponen para sus víctimas. Tampoco parece que el recurso al arrepentimiento por lo manifestado sirva para atemperar las reacciones más críticas. ¿Qué queda como refugio frente a la tormenta? La valentía de asumir las propias opiniones, la coherencia entre el decir y el actuar, la humildad para admitir errores cuando los hubiera y, por encima de todo, la voluntad de defender el derecho universal a expresarse con libertad. Nada nos librará de la mojadura, pero el agua no nos calará hasta los huesos. Es lo que tienen estos tiempos.

 

Arturo Pinedo de Miguel, Socio y Director General de LLYC.